Maravillosa Chiloé


Dejamos Pucón con cierta reticencia. Nos quedaban muchas cosas por ver en la zona y no nos habíamos acercado siquiera a la cultura mapuche, allí donde tiene especial presencia. Tal vez por eso optamos por una lenta retirada. Apalabramos un coche en Pucón y pactamos devolverlo en Puerto Montt, la ciudad que da acceso a la isla grande de Chiloé.

Chelles, pajaros que dan nombre al archipiélago de Chiloé
La ruta panamericana

Bajar en coche era otra excusa más para descubrir uno de los intangibles de la isla de Chiloe, y es que la mítica ruta panamericana termina allí. Eso además significa que Chiloé está a las puertas de la Patagonia. La carretera que lleva al lugar más al sud del mundo sin pisar el continente Antartico también empieza allí.  No necesitábamos más excusas para un roadtrip a nuestro aire. La transformación de la carretera y sus largas rectas, que se convierten en enormes escaparates de naturaleza al llegar a Chiloé ya valen la pena y además, puedes añadirle varios complementos.

En un parque entre Pucón y Valdivia

Nuestra primera parada fue en un parque remoto, en el que dicen hay un antiguo cementerio mapuche. El lugar, muy poco transitado, son varias hectáreas de terreno que una asociación privada compró y se encarga de mantener por su valor natural y espiritual para el pueblo mapuche. Al llegar, el guardián de llaves del lugar nos indicó que no podíamos entrar con nuestras mochilas ni con nada de comida. Dejamos nuestras cosas a la entrada y, cargando solo la cámara, nos dispusimos a ver que tenía de verdad. Aquel sería uno de los primeros bosques mágicos que nos tenía reservado nuestro viaje a Chiloé.

Dicen que entre estos árboles se esconde un cementerio mapuche

El camino, al borde de un acantilado, es bonito, pero habíamos visto antes otros así. Sin embargo, hay un momento en que el silencio se hace más intenso, las olas del mar parecen quedar en segundo plano, la luz se atenúa y la intensidad de los colores parece acentuarse en la creciente semi-penumbra. Los árboles centenarios, algunos milenarios, te rodean y acompañan. Incluso el tiempo parece adaptarse a ese lugar. No vimos ningún cementerio mapuche, tampoco lo buscamos, pero sin duda entendemos que escogiesen ese bosque como lugar de culto.

Tras la visita al parque natural, nuestra siguiente parada, Valdivia, quedó algo deslucida. Nuestra visita se limitó a algunas gestiones y a un par de completos para reponer fuerzas.

Las vistas desde el camino al borde del acantilado
Frutillar y Puerto Varas

A los pies del Osorno, un famoso volcán, se extiende el lago Llanquihue, uno de los grandes lagos de Chile. Este lugar fue habitado hace mucho tiempo por los williches pero la colonización europea los expulso de su tierra y la repobló con colonos europeos y con criollos chilenos.  Antes de llegar a Puerto Mont paramos a pasar la noche en Frutillar Bajo. Allí la colonización era muy evidente. El pueblo parece una postal de los Alpes suizos o de las montañas alemanas. Esta formado por casas al estilo alemán con un lago y un volcán nevado de fondo, restaurantes donde venden Kuchen y ApfelStrudel y un gran auditorio con conciertos de los grandes compositores austríacos, entre otros conciertos más modernos 😉 El contraste con el resto del país era bastante curioso.

Casas en Frutillar Bajo

Puerto Varas repite la misma estética. Nos perdimos por sus calles, descubriendo las casas de colores y el curioso paseo lacustre. Por desgracia, el mal tiempo deslució un poco el día y terminamos encaminándonos a Puerto Mont un poco antes de lo previsto.

Vistas del Osorno (al fondo) desde Puerto Varas
la isla grande de Chiloé

Chiloé es un archipiélago que recibe su nombre de unos curiosos pájaros muy parecidos a cisnes pero de cabeza negra. El principal interés del archipiélago son sus dieciséis iglesias que por su curiosa arquitectura han sido declaradas patrimonio por la UNESCO. La mayoría de ellas se encuentran en la isla principal, a donde nos dirigiamos. La capital de la Isla Grande de Chiloé es Castro y allí íbamos a pasar nuestros próximos días. Nos alojamos en casa de unos hermanos que nos acogieron maravillosamente y que además nos contaron muchísimas cosas y fueron los culpables de que perdiésemos el avión hasta Balmaceda, pero vayamos por partes.

Típica iglesia Chilota

Encontrar la casa fue todo un reto. Debíamos buscar una casa al lado de una casa verde en una de las carreteras que salen de Castro. Bien, hasta que descubrimos que había más de una casa verde. Al final, después de varias llamadas y mensajes logramos localizarla. Valieron la pena las vueltas, era muy acogedora y pasamos allí unos días muy a gusto mientras descubríamos la isla.

Palafitos con marea baja

En los días que siguieron descubrimos alguna de las principales iglesias, probamos el salmón típico de la zona y visitamos los pequeños pueblecitos, todos con un estilo arquitectónico y una distribución muy similar. Las vistas a acantilados, o a los propios margenes de la carretera amenizaban los viajes entre pueblo y pueblo.

Sin embargo, lo que realmente hizo que nos enamoráramos de Chiloé fueron sus parques nacionales. La mayoría son privados y de difícil acceso, sobre todo si no tienes un todoterreno, pero están muy bien conservados.

El muelle de las almas

Se trata de uno de los lugares más famosos de la isla, con un muelle que parece adentrarse en un acantilado directamente sobre el mar. Sacamos la idea de visitarlo de Instagram y lo que nos encontramos fue realmente curioso. Un muelle de madera en una ladera que da a la propia ladera. Sorpresa! Todas las fotos que habíamos visto buscaban el efecto óptico del muelle hacia el infinito. Lo mejor: un cartel avisando que cada persona dispone de un máximo de dos minutos sobre el muelle para poder sacarse la foto.

El muelle de las almas
… y el cartel avisando del tiempo limite

Resulta que el muelle se construyó como monumento a las creencias de los indígenas de la zona, sin ningúna pretensión de usarse como muelle.

A primera hora, cuando fuimos, y en temporada baja, pudimos ignorar la restricción y desayunar tranquilamente en el extremo del muelle mientras mirábamos al mar. Más allá del panorama con el cartelito y el muelle, el camino y el propio paisaje quitan el aliento. Vale la pena recorrer la pista de tierra llena de piedras que lleva hasta él y hacer el camino andando de cerca de una hora hasta el monumento.

El parque Tantauco

La joya de Chiloé y nos atreveríamos a decir de todo nuestro viaje. Se trata de un parque natural de gestión privada en el extremo sur de la isla. Aunque es posible recorrer toda su extensión durante varios días si uno carga con tienda de campaña, tuvimos que conformarnos con visitarlo un solo día. El acceso al parque puso a prueba al coche de alquiler y a nosotros mismos, que en alguna ocasión estuvimos a punto de volvernos. Las piedras, los charcos de profundidad indefinida y los puentes con troncos sobre algún rio le hacen dudar a uno si va por buen camino o incluso si será posible dar la vuelta.

Bosque en Tantauco

Una vez en el parque se olvida todo. No es la frondosidad del bosque, ni el impacto mínimo de los caminos que han hecho. No es el color rojizo de los ríos, ni el ruido de animales invisibles. El bosque que visitamos tiene algo que trasciende todas esas cosas. Es el bosque donde nace la necesidad de conservar todos los bosques, el que da pie a leyendas y a los mitos sobre el poder de Gaia o de Pacha Mama. Es ese bosque que al mismo tiempo quieres compartir con el mundo y enterrar en lo más profundo de tus recuerdos para que pueda conservarse así durante mucho tiempo.

La impresión que dejó aquel bosque en nosotros perduró mucho más allá de la vuelta en coche, mucho más allá de la marcha de Chiloé.

Un riachuelo en Tantauco
Pueblos y fuertes españoles

Chiloé fue uno de los más acerrimos defensores de la corona española en Chile. Los isleños, con un estilo de vida lo suficientemente cómodo y con una economía dependiente del comercio con Argentina y Perú temian que la independencia de Chile rompiese las buenas relaciones con los vecinos, así que se pusieron de lado de la corona Española. Esta decisión se nota a lo largo de la isla, donde todavía se conservan fuertes Españoles que defendieron la colonia hasta las últimas consecuencias frente al resto de Chilenos.

Fuerte español en Ancud

La arquitectura de los fuertes contrasta enormemente con la arquitectura de los pueblos de la isla, muy centrada en la madera y en ganar espacio al mar. Dos factores que han dado lugar a una de las atracciones más famosas de la isla: los palafitos. Casas típicas que se encuentran sobretodo en Castro, la capital y que se alzan sobre el lodo marino para evitar las mareas.

Perdiendo un vuelo

En Chiloé termina la carretera Panamericana. Volviendo a Puerto Mont es posible tomar la carretera Austral y seguir bajando para adentrarse en la Patagonia. Sin embargo, hay un lugar en que simplemente la carretera se corta y no es posible seguir bajando por tierra a menos que se haga a través de Argentina. Es por eso que nuestro plan contemplaba devolver el coche de alquiler en Puerto Mont y coger allí un avión que nos llevaría hasta la Patagonia, más allá de donde la carretera que baja de Puerto Mont no te deja seguir.

La última noche, hablando con uno de los hermanos con los que compartíamos alojamiento todos nuestro planes se fueron al traste. Comentábamos lo maravillosa que había sida la visita al parque Tantauco y los planes para el futuro. Cuando de repente:

– Ah, pues para otra vez que vengáis hay un barco de suministros que recorre los fiordos Chilenos suministrando varios pueblos y toma pasajeros. Vale mucho la pena.

Cómo no, esto también es Tantauco

Cómo? No teníamos ni idea. Especulamos, miramos ruta, precios y días de salida del barco (solo sale dos veces a la semana). Calculamos que día teníamos que estar de vuelta en Santiago y si tendríamos tiempo de hacer un trekking que teníamos planificado. Todo cuadraba y el billete eran solo 37.000 pesos (unos 40€) por persona. Habíamos pagado mucho menos por el avión. Quién sabe cuando podríamos volver a Chile, o cuando tendríamos la oportunidad de recorrer los fiordos?

Hicimos y deshicimos planes a todas velocidad para poder acomodar el barco y después de unas horas lo teníamos todo listo. Nos íbamos de Chiloé tristes por todo lo que dejábamos atrás pero emocionadísimos por la aventura que teníamos por delante. Íbamos a perder un avión.

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